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La Opinión

El libro de Ricardo Anaya es una crítica al gobierno de López Obrador (I)

Ricardo Anaya, ex presidente del PAN, dice que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene tiene rasgos neoliberales, pese a que los crítica

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Jacques Coste

Durante esta semana, dedicaré este espacio a reseñar el nuevo libro de Ricardo Anaya (El pasado, presente y futuro de México, Debate, 2020) en varias entregas. Ésta es la primera de ellas. 

El texto inicia con algunas notas introductorias, en las que se esbozan los hilos conductores de la obra. Anaya parte de la siguiente premisa: “no basta con criticar al gobierno en turno: más que oponer, el reto es proponer”. Esa frase contiene los elementos centrales del libro: una crítica al gobierno de López Obrador y una serie de argumentos y propuestas que, en conjunto, articulan un programa de oposición ante la “autodenominada cuarta transformación”.  

La obra se divide en dos partes. La primera está compuesta por tres capítulos y trata sobre el pasado de México. Esta sección parte del supuesto de que la forma en que un mandatario entiende la historia de su país impacta de manera notable en sus decisiones de gobierno. 

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La segunda parte (del libro de Ricardo Anaya) es más extensa, tiene nueve capítulos y está dedicada a “los problemas del presente y las propuestas de solución hacia el futuro”. Todos los capítulos de este bloque parten de la idea de que no hay soluciones simples ni “recetas mágicas” para resolver los problemas de México, por lo que se requieren acciones que, sin dejar de entregar resultados de corto plazo, cuenten con objetivos de largo plazo.  

En el capítulo 1, Ricardo Anaya hace un repaso de la historia nacional. Es un resumen apretado, aunque debe reconocerse el esfuerzo de síntesis. Lo que trata de comunicar, con cierto éxito, en este capítulo es que la historia de México no es maniquea, sino que está llena matices, y que no es obra de prohombres y héroes intachables, sino que está formada por procesos complejos. 

En suma, Anaya se distancia de la interpretación lopezobradorista de la historia, pues afirma que la comprensión de nuestro pasado es clave para entender nuestro presente e imaginar nuestro futuro: si un gobernante entiende al pasado de manera simplista, entonces tomará decisiones simplistas y, por tanto, inútiles para resolver problemas complejos. 

Cae con frecuencia en los argumentos de autoridad, citando excesivamente a grandes historiadores contemporáneos, como Javier Garciadiego y Jean Meyer, o clásicos, como Edmundo O’Gorman y Daniel Cosío Villegas. Sin embargo, efectivamente logra presentar un repaso histórico balanceado, a excepción del régimen priista, período que describe con la visión panista clásica: un gobierno totalmente autoritario y dictatorial, casi sin méritos reconocibles.

El capítulo 2 pretende explicar el cambio de modelo económico del estatismo al neoliberalismo. Uno de los principales argumentos es que el desempeño económico de México durante el desarrollo estabilizador “sí fue notable, pero no tan extraordinario como se suele referir con cierta nostalgia”, ya que muchos otros países experimentaron tasas de crecimiento y dinámicas económicas similares durante los años de posguerra. 

Posteriormente, Anaya se dedica a explicar las crisis de 1976 y de 1982, las cuales atribuye principalmente a los “gobiernos populistas” de Echevarría y López Portillo. Esto constituye una referencia nada velada a las posibles consecuencias del manejo de la política económica del gobierno de López Obrador. 

Sin embargo, pese a esta referencia algo recurrente —y, en ocasiones, forzada—, Anaya presenta un argumento interesante en esta sección: cuando se habla del cambio de modelo económico se suele atribuir al neoliberalismo las bajas tasas de crecimiento que hemos experimentado durante los últimos años en comparación con el gran desempeño de la economía mexicana durante el desarrollo estabilizador, pero se suele omitir que entre los dos períodos hubo una época de grandes crisis económicas y que la economía mexicana arrastró por años las consecuencias de la crisis de 1982.

En ese sentido, Anaya explica el cambio de modelo económico como un proceso hasta cierto punto natural y obligado, toda vez que, para salir de la crisis, el gobierno mexicano debía emprender reformas encaminadas a recuperar la confianza de los inversionistas y revitalizar la industria nacional.

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En este punto, reconoce que, aunque las privatizaciones eran necesarias, el proceso por el que se gestaron estuvo marcado por grandes casos de corrupción. El capítulo finaliza con el señalamiento de la hipocresía de López Obrador, quien despotrica sin cesar contra al “período neoliberal”, pese a que su política económica tiene rasgos neoliberales, como el adelgazamiento del Estado y la disciplina fiscal a ultranza.

El capítulo 3 cierra la sección histórica del libro. Versa sobre la transición democrática en México. Anaya suscribe la tesis gradualista-reformista de este proceso político, la cual sostiene que la transición democrática ocurrió entre 1977 y 1997, como consecuencia de las reformas que promovieron la apertura progresiva del sistema político mexicano y le dieron entrada al juego electoral a los partidos de oposición. Sin embargo, el autor no deja de reconocer que otros procesos políticos y sociales (como el movimiento estudiantil de 1968 o el rompimiento de la Corriente Democrática con el PRI), que se gestaron previamente o a la par de dichas reformas, también fueron fundamentales para la democratización de México. 

Es digno de subrayarse que Anaya maneja este tema con una notable solidez teórica e histórica, aunque quizá nuevamente cae en el uso excesivo de argumentos de autoridad, al citar constantemente a José Woldenberg, Mauricio Merino y otros exponentes de la tesis gradualista-reformista. 

No obstante, por tratarse de un actor político que se formó en el PAN y que está interesado en “volver a la vida pública nacional”, llama la atención que intenta acercarse a la cuestión desde una posición relativamente objetiva, crítica, sin sesgos exagerados y le reconoce a la izquierda su labor en la transición democrática. 

También debe subrayarse una ausencia. Anaya trata todos los procesos político-electorales que describe en el capítulo con mucho detenimiento y detalle, a excepción de uno: las “concertacesiones” posteriores a la elección de 1988. Ése es el famoso nombre con el que se conoce a las negociaciones entre el PAN y el PRI —principalmente, entre Diego Fernández de Cevallos y Carlos Salinas de Gortari— para repartirse espacios de poder y, así, promover la apertura gradual del sistema político a favor de Acción Nacional y en detrimento del PRD. Esta ausencia destaca porque “El Jefe Diego” fue uno de los mentores políticos de Anaya y apadrinó su candidatura presidencial en 2018. Es decir, para el caso de Fernández de Cevallos no aplica la misma objetividad que destina a los demás temas y personajes.

Éste es el final de la parte histórica del libro. Mañana continuaremos revisando el bloque dedicado a los problemas actuales de México.

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