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La Opinión

Los falsos dilemas de medir el bienestar o el PIB

La propuesta del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, para medir el bienestar ya es realizada por el Coneval y otros

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El Censo del Bienestar es el antecedente de la nueva medición de AMLO

Los empresarios de Coparmex, algunos líderes de organizaciones civiles, analistas afamados y grandes bancos de inversión se alarmaron con la propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador para crear un nuevo índice de medición del “bienestar” de la población que sustituya al Producto Interno Bruto (PIB), el cual se utiliza internacionalmente para registrar el crecimiento económico de los países, incluido México.

Desde mi punto de vista, no es incorrecto ponderar la medición del bienestar de la población y la distribución del ingreso sobre el crecimiento económico puro y duro en la economía mexicana.

Con mediciones precisas de estas variables, el gobierno tendría las herramientas necesarias para combatir la pobreza, la desigualdad y para instrumentar una política social estratégica con miras a resolver los problemas estructurales de la sociedad y la economía mexicanas.

Sin embargo, la propuesta del presidente de la República presenta dos problemas principales.

El primer problema es que el planteamiento de López Obrador es mentiroso y los argumentos de sus correligionarios, de sus seguidores y de los intelectuales que respaldan la propuesta presidencial son falaces.

Una falacia repetida para respaldar la propuesta del presidente López Obrador es que los “gobiernos neoliberales” no tomaban en cuenta el desarrollo y sólo se preocupaban por medir el crecimiento del PIB.

Es falso. El Coneval, la institución encargada de medir la pobreza en México, se fundó en 2005 (es decir, en el sexenio de Vicente Fox Quesada) y actualmente tiene un enorme prestigio internacional.

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Además, Carlos Salinas de Gortari ha sido uno de los presidentes quien más ha invertido en programas sociales (sobre todo, en el famoso Solidaridad). Los resultados de estos programas son debatibles y criticables, pero la gran inversión realizada es muestra de que el crecimiento económico no era lo único que importaba.

Otro argumento falso que se ha usado para defender la propuesta de López Obrador es que “Nueva Zelanda está dejando de lado el PIB y va a medir el bienestar social en su lugar”. En realidad, Nueva Zelanda es un Estado de Bienestar y las políticas públicas de su gobierno llevan décadas más dirigidas a procurar el desarrollo social que a elevar el crecimiento económico.

La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, declaró que “si bien el crecimiento económico es importante, y es algo que seguiremos buscando, por sí mismo no garantiza las mejoras de los estándares de vida de los neozelandeses”.

Ardern no hizo referencia a que el gobierno neozelandés dejará de medir el PIB. Más bien, aclaró que sus políticas para hacer frente a la crisis económica ocasionada por el Covid-19 priorizarán el mantenimiento de la alta calidad de vida de los neozelandeses sobre el crecimiento económico del producto interno bruto.

Pero el problema fundamental no es la falsedad de los argumentos para defender la propuesta del nuevo índice. El problema más grave es que el planteamiento del presidente de la República también es mentiroso.

Su propuesta no es nueva, ni siquiera novedosa. El debate sobre ponderar la medición del crecimiento económico o el bienestar social es viejo. Lleva más de tres cuartos de siglo existiendo en la academia, en las organizaciones internacionales e incluso en el interior de los gobiernos de distintos países.

De hecho, ya existen diversos indicadores para medir el bienestar social y la desigualdad. Los más utilizados a nivel internacional son el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y el Coeficiente de Gini.

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El IDH es una escala, propuesta y avalada por la ONU, que las propias Naciones Unidas utilizan para medir el desarrollo en todo el mundo.

Este índice toma en cuenta tres variables: salud, educación e ingreso. La explicación detallada del proceso de medición de cada variable escapa a los alcances de estas páginas, pero, a grandes rasgos, se consideran factores como la esperanza de vida, la escolaridad, el PIB per cápita, entre otros.

El Coeficiente de Gini es la herramienta analítica para medir la desigualdad socioeconómica más aceptada en el mundo, tanto por los organismos internacionales como por los gobiernos de otros países. Sirve para medir la concentración del ingreso entre los habitantes de una región en un período determinado.

En síntesis, si bien el IDH y el Coeficiente de Gini son perfectibles, otorgan un panorama bastante completo del desarrollo social y de la desigualdad económica de los países. Además, a nivel nacional, las mediciones que realizan el Coneval y el Inegi en materia de pobreza, desempleo y acceso a servicios básicos son sumamente precisas y confiables.

Por eso, López Obrador no debería preocuparse por elaborar un nuevo indicador para medir estas variables; más bien, debería ocuparse en hacer caso a las mediciones que ya existen para así diseñar e implementar políticas públicas adecuadas con objetivos concretos y con visión de futuro.

Su política social clientelista y paternalista, basada en la transferencia directa de recursos monetarios, es un claro ejemplo de que las mediciones lo tienen sin cuidado, lo que le importa es la visión que él mismo se ha construido sobre México y sus necesidades, la cual se mantiene intacta desde los años ochenta.

El segundo problema de la propuesta del nuevo índice que busca desarrollar López Obrador es que su gobierno se ha caracterizado por desacreditar a los técnicos y especialistas, y por menospreciar el conocimiento científico.

Además, el único antecedente de una iniciativa encabezada por AMLO para medir el desarrollo social es el “Censo del Bienestar”, el cual se realizó en 2018, cuando López Obrador era presidente electo.

Este ejercicio se llevó a cabo con el supuesto objetivo de identificar a los beneficiarios potenciales de los programas sociales del nuevo gobierno. Sin embargo, el censo ha dejado más dudas que certezas entre los especialistas, pues se caracterizó por ser totalmente opaco, por su dudosa metodología, por la ausencia de bases de datos y por combinar la propaganda con la realización de las encuestas.

Adicionalmente, el presidente declaró que convocará a un comité interdisciplinario de especialistas para crear el nuevo índice, pero “Yo voy a hacer el planteamiento, como se dice, el modelo de investigación, el planteamiento del problema. Voy a plantear la hipótesis y vamos a desarrollar algo nuevo, un aporte interesante”.

El científico López Obrador (palabras de John Ackerman, no mías) va a elaborar “el modelo de investigación”, ¿qué puede salir mal?

Nada puede salir mal, sobre todo, si el comité de expertos está conformado por otros grandes científicos —que no ideólogos ni aduladores—, como el intachable sociólogo John Ackerman, el estupendo politólogo Gibrán Ramírez y el renombrado economista Enrique Galván Ochoa.

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