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La Opinión

El pueblo, el antipueblo y López Obrador

Andrés Manuel López Obrador sabe entrar a las dicotomías y exclusiones, así como se coloca del lado del pueblo o en contraposición del antipueblo

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Jacques Coste
López Obrador personifica al pueblo y su presidencia es el pueblo el que gobierna.

Un debate común en los medios de comunicación y las redes sociales es por qué el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sigue teniendo tasas de popularidad muy altas en todas las encuestas y por qué sus errores impactan tan poco en su índice de aprobación.

Una de las explicaciones que se suele dar al fenómeno es que AMLO cuenta con una base dura de ciudadanos que lo apoya incondicionalmente.

Normalmente, se aduce que esa base está compuesta por alrededor de 35 por ciento del electorado.

Yo concuerdo con esa explicación. Sin embargo, se suele dar por descontado que eso es así y punto. No se suele debatir mucho respecto a esa base dura, ni mucho menos sobre por qué los seguidores de López Obrador lo defienden, lo respaldan, lo apoyan y hasta lo cobijan con tanto fervor y tanta fe.

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Creo que la respuesta a ambas cuestiones (el porqué de la alta aprobación presidencial y el porqué de la incondicionalidad de los seguidores de López Obrador) es una misma. Trataré de desarrollarla en las siguientes líneas.

López Obrador tiene una base sólida e incondicional de seguidores no porque esos seguidores se sientan representados por AMLO, sino porque sienten que AMLO los encarna.
Es decir, los seguidores de AMLO se asumen como el pueblo de México. El pueblo, no la sociedad.

El pueblo, no los electores. El pueblo, no la élite: al pueblo lo componen los de abajo, no los de arriba; al pueblo lo componen los marginados, no los privilegiados.

No basta con ser mexicano para pertenecer al pueblo de México. Si eres un mexicano adinerado, no eres parte del pueblo de México. Si eres un mexicano que cree en el libre mercado, no eres parte del pueblo de México.

Si eres un mexicano que salió favorecido por el proceso de apertura comercial de los años noventa, no eres parte del pueblo de México.
México es un país altamente desigual en términos socioeconómicos, pero también en términos de oportunidades.

Si ocupas un lugar marginal y desamparado en esa atroz desigualdad, perteneces al pueblo. Si ocupas una posición favorable y cómoda, no perteneces al pueblo.


Es decir, el concepto de pueblo se construye con base en dicotomías generalizantes y mutuamente excluyentes. Por tanto, si hay un pueblo, también hay un antipueblo.

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López Obrador ha sabido entrar en este juego de dicotomías y exclusión, y lleva años colocándose del lado del pueblo y en contraposición al antipueblo. No sólo ha sabido moverse dentro de esta lógica, sino que ha contribuido a su consolidación en el imaginario colectivo de buena parte de los mexicanos. ¿Por qué? Porque él mismo cree en ella y la ha impulsado conscientemente.

Con esa lógica ha operado política y discursivamente López Obrador desde que se unió a la “corriente democrática” del PRI en los años ochenta, lo continuó haciendo en su paso por el PRD y se ha mantenido en esa línea en la presidencia de la República.

Es decir, López Obrador lleva dos décadas y media imbuido en la lógica del pueblo contra el antipueblo, que es polarizante por excelencia. Por eso, cualquier personaje que cimiente su liderazgo sobre esta dinámica tendría que hacerlo por medio de la polarización, como en la práctica lo hace el propio AMLO.

López Obrador cree firmemente en la lucha del pueblo contra el antipueblo y está convencido de que él tiene un papel que desempeñar en esta pugna: él es la encarnación del pueblo que gobierna para liberarlo del yugo del antipueblo.


Durante su larga trayectoria política, se dedicó a convencer a muchos mexicanos de esto. Debido a la indignante y creciente desigualdad del país, muchos mexicanos ya creían en esta lógica, de manera consciente o inconsciente, y López Obrador se encargó de reforzarla.


Además de reforzar esa lógica, López Obrador logró consolidar una imagen muy potente, la imagen de un líder del pueblo: no el representante del pueblo, sino su caudillo. Es la imagen del pueblo hecho hombre.

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A eso me refiero con la palabra “encarnación” y por eso digo que AMLO encarna al pueblo, no lo representa.
Un político tradicional representa los intereses de sus votantes. Eso no basta para López Obrador porque él no es un político tradicional. Tanto para AMLO como para sus seguidores, López Obrador personifica al pueblo y su presidencia es el pueblo hecho gobierno.


Por eso, los lopezobradoristas defienden a su líder con tanta enjundia y no distinguen entre insultos, calumnias, burlas o críticas respetuosas y bien fundamentadas. Para ellos, todo es lo mismo.


Criticar a una política pública o a una decisión de gobierno de López Obrador es lo mismo que insultar a López Obrador, que es lo mismo que atacar al pueblo y defender al antipueblo.

Al mismo tiempo, la lealtad a AMLO debe ser incondicional, porque cuestionarlo o dejar de apoyarlo es como traicionar al pueblo y pasarte al bando del antipueblo.

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