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La Opinión

La alternativa electoral de la oposición mexicana para 2021 y 2024

A la oposición le conviene que en 2024 aparezca en la boleta electoral Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, por ser un político capaz

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Jacques Coste
El PAN y Movimiento Ciudadano deben aprovechar su cercanía con la Coparmex.

Rumbo a las elecciones intermedias de 2021, en las que se disputarán diversas gubernaturas, otros cargos locales y la totalidad de los escaños de la Cámara de Diputados a nivel federal, las alternativas para la oposición (PAN, PRI, PRD y Movimiento Ciudadano) pueden ser impulsar a algunos de los gobernadores que han obtenido notoriedad en medio de la crisis del Covid-19 y crear frentes comunes con los empresarios, con quienes comparten diversas prioridades programáticas.

El triunfo electoral de estas dos estrategias de la oposición dependerá, en buena medida, del aprovechamiento del momentum de la crisis económica y de salud pública generada por la pandemia de Covid-19. 

Pero, ¿qué ocurrirá si, una vez pasada esta crisis, no se vislumbra ninguna figura de oposición lo suficientemente fuerte como para arrebatarle la presidencia a Morena? ¿Qué debería hacer la oposición en ese caso?

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Desde mi punto de vista, si no encuentra algún perfil sólido para competir por la presidencia del país, la mejor alternativa sería concentrar todas sus baterías en el Congreso de la Unión y hacer todo lo que esté en sus manos para que el candidato de Morena sea Marcelo Ebrard.

Para esto, la oposición requeriría una alta dosis de pragmatismo y una gran visión estratégica, elementos de los que carece hasta el momento. Sin embargo, sería su mejor opción. 

Marcelo Ebrard es un político capaz, con habilidad negociadora, operación eficaz, disposición para construir acuerdos y mucha versatilidad.  No es el genio político que muchos medios de comunicación están empezando a ver, pero las cualidades enlistadas lo hacen destacar por encima del resto del gabinete y de los altos mandos de Morena.

Estas características, aunadas a que es parte del ala moderada del partido en el poder, hacen de él una alternativa atractiva para la oposición, en especial, si ésta lograra conseguir la mayoría en alguna de las dos Cámaras del Congreso o en ambas en los próximos comicios. 

¿Por qué? Porque, con Ebrard en el poder y con un alto número de legisladores de otros partidos, la oposición podría cogobernar con el actual canciller o, si no cogobernar, al menos las decisiones importantes de gobierno tendrían que ser concertadas.

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Ebrard es un tipo pragmático y con un olfato político bien desarrollado, lo que naturalmente lo inclina a ceder en ciertos puntos de su agenda en aras de conseguir los objetivos principales de ella. Además, el actual canciller carece de la rigidez ideológica, la inflexibilidad económica y el discurso revanchista que caracterizan al presidente López Obrador y a buena parte de los morenistas. 

Por ello, la oposición legislativa podría dibujar ciertas “líneas rojas” impenetrables para el Ejecutivo y Ebrard probablemente las respetaría, claro, siempre y cuando el Congreso coadyuvará a aprobar los puntos prioritarios de su agenda.  

Lo que se ha escrito hasta el momento parece muy especulativo — probablemente lo es— y demasiado futurista. Apenas estamos en 2020, en medio de una pandemia que impide hacer planes a futuro. Todavía ni siquiera ocurre la elección de 2021, por lo que aún no sabemos cuál será el panorama político posterior a esos comicios. Muchas cosas pueden pasar de aquí a la elección de 2024.

Todo eso es cierto, sobre todo, para los ciudadanos comunes y corrientes como nosotros. Pero eso no debería ser así para la oposición. Los partidos opositores deberían empezar a barajear sus posibilidades desde este momento y actuar en consecuencia.   El camino para la oposición para lo que resta del sexenio es claro.

Rumbo a 2021, el PAN y Movimiento Ciudadano (MC), en alianza, deberían aprovechar sus prioridades programáticas compartidas con el empresariado y empezar a construir nuevos vínculos y a estrechar los que ya existen entre ambos sectores con el objetivo de generar una agenda común que ambas partes puedan impulsar desde sus respectivas trincheras.

Esta fórmula resultó muy efectiva para el PAN durante las décadas de 1980 y 1990. Fue la que le permitió al panismo consolidar bastiones de poder en distintas regiones del país, ganando presidencias municipales y luego gubernaturas, y fue la que catapultó a Vicente Fox a la presidencia en 2000. 

Ya todos sabemos cómo acabó esa historia. No sería deseable que un perfil como el de Fox volviera a llegar a Palacio Nacional, pero no hay duda de que los empresarios y el PAN (acompañado de MC) deben aprovechar sus objetivos compartidos para generar una agenda común.

Asimismo, rumbo a 2021, tanto esos dos partidos como lo que queda del PRI y del PRD deben aprovechar el momento de sus gobernadores para sacar réditos políticos en las elecciones locales e impulsar a algunos de los gobernadores destacados a posiciones en el Congreso federal.

Si la oposición es exitosa en las elecciones de 2021, debería desempeñar un papel obstruccionista en el Congreso rumbo a 2024. Es decir, no permitir que el programa lopezobradorista avance por lo que resta del sexenio, a menos que AMLO se siente a negociar —cosa poco probable— o que sus iniciativas estén en línea con las prioridades de la propia oposición.

En cuanto a la elección presidencial de 2024, si la oposición es exitosa en los comicios de 2021 y si surge alguna figura entre sus cuadros que tenga posibilidades reales de ganar la presidencia, deberían empujarla con todos sus medios y de manera conjunta. Si esto no ocurre, como ya dije, la opción sería hacer lo posible para que el candidato de Morena sea Ebrard.

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De hecho, una estrategia no es excluyente de la otra. Si es posible, podrían intentar quemar ambas cartas al mismo tiempo: por un lado, postular a su mejor candidato a la presidencia y, por el otro, asegurar la candidatura morenista de Ebrard.

Para ello, tendrían que contribuir a la imagen de Ebrard como el único capaz de llegar a acuerdos del actual gobierno, lo cual no es demasiado difícil, pues los medios la están consolidando poco a poco por sí mismos. 

Sea cual sea la estrategia que siga la oposición, su campaña no se puede centrar en un simple regreso a la realidad anterior al gobierno de López Obrador. Los ciudadanos votaron por un cambio en 2018. Muchos de ellos se han decepcionado del cambio que llegó, pero tampoco quieren que vuelva el status quo anterior.

No se habló sobre la revocación de mandato porque invocarla puede ser un arma de doble filo: podría fortalecer la narrativa victimista que tanto le gusta al presidente López Obrador o, peor aún, podría causar la radicalización de quien ocupe la presidencia.

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