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La Opinión

El cinismo hundió a los priístas y, aun así, siguen siendo cínicos

La llegada de Andrés Manuel López Obrador, como presidente de la República, desencadenó una serie de investigaciones a los actos de corrupción (que caían en el cinismo) de funcionarios del gobierno de Enrique Peña Nieto

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El cinismo hundió a los priístas y, aun así, siguen siendo cínicos

Uno de los motivos principales del descontento social que, en términos electorales, se tradujo en la arrasadora victoria de Morena en los comicios de 2018 fue el cinismo y el descaro que caracterizó a varios líderes priístas durante el gobierno de Enrique Peña Nieto.

El desfalco de Veracruz a manos de Javier Duarte y de Chihuahua por parte de César Duarte, los escándalos de la Casa Blanca de la ex primera dama Angélica Rivera y de la Casa de Malinalco de Luis Videgaray, exsecretario de Hacienda y Crédito Público (SHCP), o las enormes comitivas de familiares y amigos que acompañaron al expresidente Enrique Peña Nieto en algunas de sus salidas al extranjero son sólo algunos de los múltiples episodios donde la sombra de la corrupción y el tráfico de influencias apareció durante el sexenio pasado.

La llegada de Morena y de Andrés Manuel López Obrador al poder el 1 de diciembre de 2018 desencadenó toda una serie de investigaciones a los actos de corrupción protagonizados por funcionarios del gobierno de Enrique Peña Nieto o por personajes cercanos a la élite política y al Grupo Atlacomulco.

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Rosario Robles, exsecretaria de Desarrollo Social (Sedesol) y de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), Emilio Lozoya Austin, jefe de campaña de Peña Nieto y ex director de Petróleos Mexicanos (Pemex), Juan Collado, abogado que ha estado vinculado con Carlos Salinas de Gortari y otros prominentes priístas, y Eduardo Medina Mora, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), elegido durante la presidencia peñista, se encuentran en distintas etapas del proceso de investigación y enjuiciamiento por actos de corrupción u otras faltas y delitos relacionados.

Además del hecho mismo de haberse involucrado en corruptelas, lo que los llevó a ser investigados o juzgados fue la total desfachatez con la que participaron en esos hechos. 

Sin embargo, lejos de distanciarse de esa actitud, se han mantenido en la misma línea tras el cambio de gobierno —que no de régimen— y han seguido apareciendo cínicos y desvergonzados ante la luz pública.

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El que mejor ejemplifica este comportamiento es el propio Enrique Peña Nieto, quien ha sido el centro de atención para las revistas de sociales y la prensa rosa, pues lo han fotografiado en distintos hoteles y restaurantes de lujo con su nueva pareja, la modelo Tania Ruiz.

Con el mismo patrón de comportamiento, los personajes involucrados en los procesos judiciales se han defendido con hipocresía y cinismo. Todos han argumentado que están en medio de una cacería de brujas, que son víctimas de una persecución política y que, en realidad, tienen una reputación intachable, por lo que es injusto que se les investigue y que la opinión pública cuestione su honorabilidad.

Es cierto que las investigaciones de la Fiscalía General de la República (FGR) y los procesos judiciales que se están llevando a cabo tienen tintes políticos. Tan es así que el juez que conoció del caso de Rosario Robles es familiar de Dolores Padierna, legisladora morenista.

También es verdad que se puede cuestionar la legitimidad de la cruzada anticorrupción que impulsa el presidente López Obrador por ser selectiva y por no juzgar con el mismo rasero a funcionarios del actual gobierno, como Manuel Bartlett y René Bejarano.

Pero no es menos cierto que, más allá de las motivaciones políticas, lo que llevó a Robles, Lozoya y compañía a la situación en la que están es su participación en hechos de corrupción y, en especial, el descaro y el cinismo con el que actuaron.

Son víctimas de sus propias acciones; no de una persecución política. El cinismo los hundió, pero, aun así, siguen siendo cínicos.

Por Jacques Coste Cacho

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