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La Opinión

La corrección política en tiempos de la 4T

El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador no se caracteriza por guardar las formas ni por mantener una conducta institucional.

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Actualmente, es común leer y escuchar quejas sobre cómo la corrección política limita la libertad de expresión y el lenguaje que podemos emplear en la vida diaria. Entre la gente común, esto ocurre en las redes sociales y en conversaciones de café. Pero hay figuras públicas que, desde espacios mediáticos y políticos, han externado este tipo de preocupaciones.

En estos tiempos, uno tiene que pensar dos veces lo que dice y lo que escribe. En ocasiones, algunas personas o grupos se pueden ofender por las palabras que alguien emplea al externar alguna opinión, a pesar de que el emisor no haya tenido mala intención al expresarse de esa manera.

Pese a que la corrección política puede limitar la libertad de expresión en un principio, su fin último es generar un ambiente de tolerancia propicio para que todos los ciudadanos se puedan expresar libremente —si bien cuidando las formas y el lenguaje—, y que no se impongan los discursos autoritarios o la retórica de odio, que generalmente se vuelven dominantes y se difunden a partir del reforzamiento de la identidad de un grupo (los arios en la Alemania nazi o los blancos en Estados Unidos de Trump) frente a otra colectividad social (siguiendo el mismo ejemplo, los judíos y los inmigrantes, respectivamente).

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La corrección política en los discursos de odio y autoritarios funciona como aliciente para que las ideas racistas, machistas, homófobas y xenófobas, así como aquéllas que promueven cualquier tipo de discriminación, se queden en el ámbito privado y no lleguen a la esfera pública.

En todos los rincones del mundo puede haber personas con ideas de este tipo, pero la corrección política hace que se las guarden para sí mismos o que las expresen sólo con sus círculos íntimos. Esto propicia una convivencia social más sana y dota de ciertas seguridades a las minorías y a los grupos vulnerables. 

Precisamente por eso, es sumamente peligroso para la existencia misma de las sociedades abiertas y de los sistemas democráticos que se ataque con tanta enjundia y desde tantos frentes a la corrección política.

Líderes autoritarios como Trump, Jair Bolsonaro (Brasil), Viktor Orbán (Hungría) y Rodrigo Duterte (Filipinas) no sólo han saltado por encima de la corrección política y han expresado sus ideas discriminatorias —cargadas con un nacionalismo agresivo y excluyente— a todo pulmón, sino que también han incitado a sus ciudadanos a hacerlo.

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Con ello, han dado rienda suelta a que ciertos sectores sociales desfavorecidos canalicen su descontento hacia algunos grupos a los que culpan de sus infortunios y sus carencias, lo cual facilita que se cometan crímenes de odio como el que se perpetró en El Paso hace algunas semanas.

En México, un fenómeno similar está ocurriendo. Es cierto que no se puede comparar el discurso de Andrés Manuel López Obrador con el de esos líderes. El tono violento y amenazador no es el mismo y la exaltación nacionalista no llega a esos grados, pero es un hecho que nuestro presidente no se caracteriza por guardar las formas ni por mantener una conducta institucional.

López Obrador finge ser políticamente correcto al empezar sus oraciones con frases como “con todo respeto” o “no es por faltarle al respeto a nadie”, pero luego deja de serlo al referirse a sus opositores con apelativos como “prensa fifí”, “partidos conservadores” o “la mafia del poder”.

Esta retórica es más peligrosa de lo que parece. Con estos motes no sólo polariza a la sociedad, sino que cierra los espacios al debate público necesario para la vida democrática.

Si sus adversarios son “conservadores”, entonces no son una oposición legítima, y hay que desconfiar de ellos, ya que descienden directamente de los traidores que impusieron al emperador Maximiliano en el siglo XIX.

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Si la prensa es “fifí”, entonces no vale la pena leerla ni considerar sus críticas al gobierno, ya que representa a una élite acomodada lejana a las necesidades del pueblo.

Si este empresario o aquella organización de la sociedad civil son parte de la “mafia del poder”, entonces su trabajo queda desacreditado, pues sólo lo hacen para entorpecer la “cuarta transformación” y no perder sus privilegios.

La corrección política es necesaria en toda democracia sana. En lugar de criticarla, defendámosla. Es preferible tener cierto cuidado con lo que decimos a que nuestras voces queden silenciadas por completo.

Por Jacques Coste Cacho

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