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Seguridad

Contaminación en el Río Sonora violenta los derechos humanos

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HERMOSILlO, Sonora.– La contaminación del Río Sonora afecta a miles de sonorenses que, día a día, se abastecen del agua con impurezas y residuos de metal que hacen del líquido una fuente para adquirir enfermedades, situación que violenta el acceso al consumo humano.

Don Marco Antonio se resbaló cargando un garrafón de agua y se golpeó las costillas. En 2014, apenas pasadas unas semanas del peor desastre ambiental del país, provocado por Grupo México en el Río Sonora, el hombre de entonces 69 años empezó con un historial interminable de enfermedades.

Cinco años después, fuera de su casa en el municipio de Aconchi, a don Marco Antonio Preciado -hoy de 74 años- lo acompaña su esposa, la señora Guadalupe Gámez Vindiola, de 76, quien afirma que, si bien a él no le tocó una enfermedad atribuible al consumo directo del agua, todos sus padecimientos tuvieron origen en la búsqueda del líquido limpio para beber, un derecho humano que les ha sido negado sistemáticamente.

Al anciano, sentado sobre una silla de plástico en la banqueta y con el bastón que le sirve de apoyo descansando a un costado de su asiento, le tiemblan las manos.

“Me dijo una psicóloga que como era muy andariego, muy activo y ya no pudo hacer eso después del golpe, entonces ‘cargó el juicio’… le afectó el cerebro y luego ya le resultó el Parkinson”, explicó doña Lupita.

Don Marco Antonio habla despacio y arrastra las palabras. “Me afectó la voz, dijo el doctor”, sólo atinó a decir.

La señora Lupita, una maestra jubilada, dice que, en Hermosillo, Marco Antonio es atendido por un neurólogo, un psiquiatra y un traumatólogo, a quienes deben visitar por su cuenta cada cuatro y seis meses.

Con el dinero de su jubilación y las aportaciones de sus hijos que viven en Hermosillo, pero también con su organización y quehaceres, doña Lupita mantiene la casa: “Yo soy mujer y hombre”, dice, “yo hago todo y mis rodillas ya no aguantan andar acomodando garrafones de agua purificada”.

Ella hace todo esto aún con sus problemas de vista que, en su caso, sí atribuye a la contaminación del agua del Río Sonora.

“Yo veo muy poquito”, manifestó, “me vio un oculista de México y dice que es porque nos bañamos con el agua que de todas formas nos penetra en los ojos y en la boca al bañarnos, entonces, pues es veneno”.

“Yo no tenía esos problemas, ya me había jubilado, pero veía bien y ahora tengo muy opaco el iris”, agregó.

Junto a Lupita y Marco Antonio, su vecina, la señora Bertha Vásquez -una enfermera retirada de 74 años- dice que tampoco tolera más cargar los garrafones de agua purificada para beber y que, encima, les cuestan hasta 35 pesos cada uno.

Luego agrega que, en su calle, además de los árboles que han muerto poco a poco, también lo han hecho sus vecinos. Otros tantos, luego de la contaminación, mejor se fueron a vivir a Hermosillo, pues en Aconchi ya no había nada más que hacer.

“Lo mío es desgaste y eso me pasó cuando cargué los tambos de agua”, dijo Bertha, “por andar cargando pesado -un tambo de 20 litros- hasta donde estaba la pipa donde estaban dando el agua; se me falsearon las rodillas”.

Antes del 2014, la gente era más fuerte y no se exponía a estos riesgos, sostuvo. “No se conocían los bastones, la gente no los usaba hasta ahora; yo, porque me hago la fuerte, no lo traigo… por puro orgullo, por el ego”, dice.

Doña Lupita Gámez es integrante de uno de los Comités de Cuenca Río Sonora, agrupaciones donde la gente se ha organizado para defender sus derechos durante todos estos años. Su participación en estos espacios, a ella la hace pensar en una metáfora: Se imagina como un pequeño pez integrante de un banco de muchos otros pequeños peces.

“Tengo la esperanza de que algún día sí se nos va a hacer, porque el pez grande se come al chico -nosotros somos los peces chicos- pero también nos podemos comer al grande”, dice.

“He leído y me he documentado, y sé que el pez grande se come a los chiquitos y ellos, desde adentro del pescado, les empiezan a comer los ‘dentros’ y se lo acaban”, expone.

Según su punto de vista, Grupo México es el gigante, pero los afectados son muchos más. “Dicen que los poderosos son ellos, que nadie les hace nada y que ni el presidente de la república les puede hacer nada, pero yo les digo que sí”, argumenta con determinación.

Para ella, comerse a Grupo México desde adentro, como lo haría un banco de pequeños peces, sería su forma de hacer justicia.

Por Astrid Arellano. Reportaje publicado en alianza colaborativa con Proyecto Puente.

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